jueves, 16 de junio de 2011

La historia más triste

Dice el tópico que "lo importante no es ganar, sino divertirse", pero apostaría doble contra sencillo a que no encontraríamos ningún aficionado que no creyera que "el subcampeón es el primero de los perdedores". Joe Jacoby -OT, Washington Redskins-, dejaría claro lo que piensan los jugadores al respecto cuando declaró que "pasaría por encima de mi madre por ganar una Super Bowl", a lo que su compañero de equipo, Matt Millen remacharía: "por ganar, yo también pasaría por encima de la madre de Joe".


La historia del deporte está repleta de grandiosos equipos cuyo palmarés no hace ninguna justicia a los méritos que un día acumularon. Perennes acreedores a la gloria que quemaron, hasta agotarlas, todas sus oportunidades. Y cuando quisieron mirar atrás y volver a intentarlo, sólo una vez más!, se dieron cuenta de que su tiempo había pasado y que jamás volvería. Todos podemos recordar como los Minnesota Vikings aún no han conseguido ningún campeonato pese a disputar, cuatro veces en seis años, la final de la Super Bowl. Los Denver Broncos también sería buen ejemplo de ello ya que mordieron el amargo polvo de la derrota -en otras cuatro ocasiones en diez años-, sino fuera porque acabaron alzando el Vince Lombardi en 1998 y 1999 de la mano de John Elway. Pero sin duda, no existe historia más triste que la protagonizada, padecida y culminada por los Buffalo Bills.

A principios de los noventa en Buffalo habían armado una potente escuadra. Una sólida defensa que prometía sangre, sudor y lágrimas a cualquier rival que tuviera el descaro de querer profanar su end zone. El ataque, dirigido por Jim Kelly como quarterback, desplegaba un sistema ofensivo llamado K-Gun, basado en la formación shotgun, suprimiendo el huddle (no-huddle offense), leyendo con rapidez las defensas contrarias y desplegando un endiablado juego de pase con rutas slant y cruces sobre la zona central contraria. A esta tarea se aplicaron con tanta efectividad los Andre Reed -wide receiver-, Thurman Thomas -running back- y compañía que a nadie extrañó verles presentar su candidatura al título en la XXV edición de la Super Bowl que se disputaría en Tampa. El partido se mantuvo en una tensa igualdad, repleto de acciones que hoy no dudaríamos en calificar como épicas.



Pero el caprichoso destino decidió que aquella sería la más emocionante y dramática de las finales de toda la historia del fútbol americano. Poco podían esperar los seguidores de los Bills que vivirían en sus propias carnes la cara más sádica de este deporte. Contra un marcador desfavorable de 20 a 19, los chicos de Marv Levy afrontaron con decisión un último y agónico drive contra reloj que les llevó, a falta de ocho segundos, hasta la yarda cuarenta y siete. Toda la suerte del campeonato dependería de las botas del kicker Scoutt Norwood. La tensión era tan grande que el linebacker Pepper Johnson y los DB's Mark Collins y Greg Jackson, todos ellos de los New York Giants, rodilla en tierra, se agarraron de las manos y empezaron a rezar. Otros, a ambos lados del terreno de juego decidieron simplemente darse la vuelta y aguardar la reacción de la grada, incapaces de soportar tan sublime instante. El golpeo de Norwood se perdió a la derecha de los palos. Los Bills acababan de perder una Super Bowl que casi habían tocado con la punta de los dedos.

Ese terrible golpe, tanto por el resultado como por la forma en la que se produjo, hubiera bastado para destruir en mil pedazos la moral de cualquier franquicia. En lugar de eso, los Bills soportaron aquel tremendo mazazo con una encomiable entereza. Los líderes del equipo dieron un paso adelante y fueron seguidos con ciega fidelidad por el resto del vestuario.

Así que, ante la sorpresa de propios y extraños, en Buffalo apretaron los dientes y se presentaron en 1992 en el Hubert H. Humphrey Metrodome de Minneapolis para disputar -por segundo año consecutivo-, una Super Bowl. Fue la mejor temporada del binomio Kelly-Thomas. No lo intuyeron pero jamás volverían a alcanzar el nivel de juego que aquellos meses lucieron por todo el país. Se enfrentaron las dos mejores ofensivas de la liga pero la final apenas tuvo historia. Los Bills nunca tuvieron una oportunidad real de ganar, demasiado debilitados en defensa como para oponer resistencia a unos Washington Redskins liderados por el quarterback canadiense Mark Rynien -¿cabe mayor humillación?- y los receptores Gary Clark y Art Monk. Los Bills regresaban a casa tras perder otra final. ¿Quién podía haber pensado que esta historia continuaría?.

Doce meses más tarde, creedme, doce meses después, ante el estupor general, los Buffalo Bills hacían ondear de nuevo sus colores en una Super Bowl. Era increíble!. La dureza de carácter que demostraba toda la organización, las ansias de victoria y la tenacidad de todos los protagonistas de este relato hacían de ellos un caso único en la historia de la NFL. ¿Sería en Pasadena donde los Bills exorcizarían, de una vez por todas, sus demonios?. Se enfrentaban a los Dallas Cowboys, uno de los grandes dinosaurios de este deporte en plena lucha por reverdecer laureles. Y como si se tratara de una maldición, un encantamiento, alguna especie de maléfico conjuro, otra vez fueron superados, más que eso, aniquilados por 17 a 52. Cambiaban las caras y los uniformes rivales pero la historia se repetía con tanta implacabilidad como ausencia de compasión. La mirada de Kelly, perdida en los cielos de Pasadena, le evitó contemplar la dolorosa escena de los Troy Aikman, Emmitt Smith o Michael Irvin ascendiendo por la escalera de la inmortalidad.

Mil novecientos noventa y cuatro es el final de este increíble camino. Y como en cualquier aventura, tan épica como la que estáis leyendo, el final no puede ser otro que el del duelo a muerte. El lugar elegido, Atlanta. La fecha señalada, el 30 de enero de 1994. Ese día la sufrida afición de los Bills volvió para apoyar a sus colores. Para ganar o morir. Sabían que por pequeña que fuera, existía una posibilidad de redención y pensaban aferrarse a ella con sus últimas fuerzas.

Confiaban ciegamente en los artífices de ese viaje, en aquellos elegidos que podían abrir las puertas de esa gloria esquiva. Los Bills se conjuraron para luchar, en cada segundo, sin descanso, poniendo toda la carne en el asador y a fe que lo hicieron. Pero un Emmitt Smith pletórico, exultante, cabalgaba, casi volaba sobre los campos de fútbol como si se tratase de un nuevo Teseo. Era tan inalcanzable y estaba en tal estado de gracia que esa temporada conquistó al asalto su segundo Vince Lombardi, haciéndose con el MVP de la temporada regular, también de la Super Bowl y destrozando el récord de yardas de carrera en una regular season. Tras encajar 24 puntos sin poder dar la respuesta adecuada, los Buffalo Bills terminaron sucumbiendo por 30-13. Habían enfrentado los mejores Cowboys de la década y esa, quizá, era ya una meta demasiado lejana.

De un sueño roto una, dos, tres, hasta cuatro veces. De tremendas decepciones y de una injusticia deportiva. De unos tipos que cayeron y tuvieron los suficientes arrestos como para levantarse de nuevo y seguir adelante. Todos los que ganaron a los Bills triunfaron en buena lid pero, de igual forma, los de Buffalo merecieron mayores premios. Estoy seguro de que los que vivieron en primera fila aquellas devastadoras finales, no habrá noche sin que se acuesten buscando una explicación a tanta desdicha. Ahora decidme, ¿estáis seguros de que esta es la historia de una derrota?.

9 comentarios:

  1. Fueron bufalos, como su nombre indica. Embistieron hasta que desfallecieron... Es muy triste, y una pena. La putada del FG, lo de encontrarse a los Cowboys de Aikman... Pero también se ganaron el cariño de un país, seguro.

    Pero eso no quita que en los últimos años la liaran como la han liado, tanto que los quieren mandar a Canadá. Pero cuando el año pasado pillaron una racha de buen juego, yo me veia los partidos. De hecho tengo a Fitzpatrick en la Fantasy y sé que no debo soltarlo. En algún momento esos Bills volverán.

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  2. Siempre me pregunté porque existían aficionados a los Bills, un equipo que no suele destacar por nada, pero leñe, leyendo este escrito estoy por hacerme uno mas de Buffalo

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  3. soy relativamente nuevo en esta historia asi que no conocia lo de estos bufffalos, pero hoy me caen mucho mas simpaticos, buen articulo

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  4. Muy bueno, muyb bueno, muy buen post. Yo sí asistí a esa hecatombe pero nunca confié que los Bills pudieran ganar la SB

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  5. Fantástico artículo. Enhorabuena Jordi!

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  6. magnifica historia y muy bien relatada

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  7. Joer menudo historion

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  8. Hola, mi nombre es Nicolas y pertenezco a la Liga de Football Americano de Argentina. Estamos armando una base de contactos de periodistas y bloggers para enviarles información sobre la liga (resultados, desarrollo de los partidos, etc.). Si te interesa que te enviemos información, por favor escribinos a prensa@faarg.com.ar.

    Saludos

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  9. Lamentablemente en el fútbol americano solo hay lugar para el ganador. Es peor perder la final que quedar en último lugar (ya que nadie lo recuerda), y ser segundo es quedar marcado como el perdedor por antonomasia de esa temporada. El fútbol americano requiere de tanta dedicación, disciplina, esfuerzo y corazón que resulta devastador cuando se queda tan cerca de conseguir el objetivo principal. Como jugador participe en dos campeonatos en la mejor liga de mi país, como entrenador y aficionado conozco el amargo sabor de la derrota.
    Muy pocos son los que quedan y vieron los años de gloria de los Bills en la AFL, y desde la malhadada fusión con la NFL sólo temporadas miserables ha tenido la afición de Buffalo. A mediados de los ochentas los Bills tocaron fondo (literalmente), es por ello que cuando el equipo empezó a levantar hasta calificar a la postemporada, parecía que la espera de décadas por fin terminaría. Al parecer nuestro turno bajo el Sol había llegado después de tanto … tanto tiempo.
    Nada más equivocado, sólo infortunio y decepción resultaron de los viajes a los Super Tazones. Desdicha sí, tristeza también, frustración bastante y un corazón completamente destrozado.
    ¿Sigo amando este deporte?, sí porque ha sido parte importante de mi formación como hombre y ciudadano. ¿Sigo siendo aficionado de los Bills?, sí porque mis coaches me enseñaron a ser leal, fiel y actuar con deportivismo. Siempre felicite a los seguidores de los equipos que vencieron a los Bills.
    Resulta muy duro ser un aficionado de un equipo con cuatro derrotas consecutivas en el Super Tazón, más en un país en donde se está rodeado de arrogantes fanáticos de los Vaqueros, y es cierto que uno se cuestiona el por qué de tanta desventura. Aunado a la amenaza de la muy posible desaparición del equipo, parecería ser que los aficionados nunca veremos a los Bills conseguir un breve y muy anhelado momento de gloria.
    La enseñanza que obtuve de todo esto: ¡Levántate, sacúdete el polvo y vuélvelo a intentar. Sólo el que lo deja de intentar es un auténtico perdedor!.

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